“Me carga esa niñita, tiene mucha personalidad, es agrandada y, además, sus papás se separaron”. Esa debe haber sido la conversación de las apoderadas del curso de #mipobrehermana desde cuarto básico. Señoras engrupidas, por cierto, que vieron en ella una amenaza por ser de una familia mal constituida como se le decía a principios de los 90. Década en la que separarse no era visto como un fracaso de pareja, sino como un castigo divino.
Como explicarle a esas prestantes señoras que consideraban a #mipobrehermana una mala junta que no se equivocaban. Pero no por ser hija de padres separados. Sino porque gracias a las directrices, a las prioridades, al cariño y a la confianza que le dieron estos seres raros, es que salió una niña feliz, rebalsada de cariño y a la que le dieron la posibilidad de ser ella. Si, no se equivocaron. Seguro pudo haber sido mala junta para sus hijas porque sí tuvo la posibilidad de ser ella, de ser extrovertida sin ser reprimida, de ser escuchada sin ser corregida y de tener permisos porque “la confianza se gana lento y se pierde rápido”. Frase célebre.
Cuánto pelambre pudo haber protagonizado #mipobrehermana. Cuántas tardes de cumpleaños infantiles le copó las pupilas a esas “tías” y les dio tema para que pasara más rápido la función de títeres. Hoy, treintona, pagaría por escuchar a esas señoras que parecían resueltas, con hijos controlados y felices, como se jactaban de esta pobre niña que iba con su nana a la celebración porque su madre tenía que trabajar. ¡Pobre niña, el abandono que debe sufrir!. Su mamá trabaja todo el día y su padre ya no vive en la casa. Niña criada sola.
Si alguien en el mundo no tuvo, tiene, ni tendrá carencias afectivas es #mipobrehermana. Cuántos de los hijos de esas viejas de mierda que se referían a ella como mala junta hubiesen pagado por tener padres tan presentes como los de ella. Una mamá que se sacaba la cresta trabajando jornada completa como se dice hoy y tener la fuerza de llegar a jugar, hacer tareas, comprar cartulinas y a sacar canciones. Y un papá que cada día, si, cada día la pasaba a buscar a su casa, paseaban, conversaban y regaloneaban
#mipobrehermana conoce el poder y la fuerza de un abrazo. Le enseñaron que la energía que puede liberar un ataque de risa ya sea por un encuentro con las cosquillas, por un buen chiste, o por una asustadita en el final del pasillo con la luz apagada, no tiene comparación con nada. Que bailoteos en el living, tardes enteras de telefunque o la búsqueda del tesoro en el estacionamiento del edificio podían ser una aventura increíble. Un viaje al fondo de nuestra imaginación. A lo más profundo de las emociones. Mientras ellas dejanban a sus hijos con el staff que se encargaría de que sus hijos cumplan con sus tareas, asistan a sus actividades extraprogramáticas y se duchen y acuesten a la hora que correspondía.
Señora, #mipobrehermana tuvo varios periodos de condicionalidad en el colegio y sus pobres padres tuvieron que bancarse varias reuniones de emergencia. Pero siempre contó con la incondicionalidad de dos personas que sabían que era feliz, que confiaron en que era una buena niña, extrovertida, pero buena. Una niña inquieta sin represiones. Y gracias a que ellos funcionaron de aval es que hoy #mipobrehermana es lo que es. Una mujer con limitaciones autoimpuestas, que se desvive por repetir con sus hijos ese patrón de alegría en el que la risa es indispensable … y obvio, cree que es la mejor inversión…
Bajo esos canones señoras, #mipobrehermana fue , es y será una mala junta; ojo con ella